¿Para ser feminista hay que ser buena persona? Debate sobre moralidad y lucha

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¿Para ser feminista hay que ser buena persona? Esta pregunta, aparentemente sencilla, destila la complejidad del mundo en que habitamos y las variadas interpretaciones que se hacen del feminismo. Vivimos en una época en la que la moralidad y las luchas sociales se entrelazan, y donde la imagen de un «buen feminista» puede convertirse en un concepto tan ambiguo como debatible. Por lo tanto, surge un dilema: ¿la lucha por la igualdad de género exige una adhesión a ciertos ideales morales, o, por el contrario, la imperfección humana puede coexistir con la lucha feminista?

Empezar este debate implica un riesgo; hay quienes insistirán en que el feminismo es una cuestión de ética y comportamientos ejemplares. Algunos argumentan que para ser un verdadero feminista, uno debe actuar con integridad y virtuosismo. Así, la imagen de la «buena persona» se vuelve un criterio necesario para formar parte de la lucha; se nos dice que el feminismo debe ser un modelo de compasión, empatía y bondad. Sin embargo, esta visión produce un efecto excluyente que no solo es engañoso, sino potencialmente dañino para el movimiento.

La historia del feminismo está repleta de figuras controvertidas y problemáticas. Desde la misma Mary Wollstonecraft, quien abogó por los derechos de las mujeres y, a la vez, fue criticada por su vida personal, hasta las voces contemporáneas que han de enfrentarse a un juicio público por sus acciones. Al elevarse un estándar de «buena persona”, se corre el riesgo de silenciar a quienes desafían el statu quo. La lucha feminista debe permitir el error y la evolución. La perfección es una ilusión, y rechazar a quienes no cumplen con nuestra idea de lo que significa ser ‘buena persona’ envía un mensaje de elitismo.

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A continuación, es crucial cuestionar la noción misma de «buena persona». ¿Quién define estas normas morales? ¿Es el feminismo un conjunto de reglas que nos dictan cómo debemos actuar, o es un movimiento cuyo fin último es la libertad de todas las identidades, incluso aquellas que son imperfectas? Si comenzamos a juzgar a cada persona en función de sus elecciones de vida, pronto la lucha por la igualdad de género podría convertirse en un club exclusivo donde solo algunos son admitidos, mientras que otros son excluidos por no cumplir con un criterio etéreo y subjetivo.

Hablando de moralidad, es ineludible reconocer las dinámicas de poder que estructuran nuestras sociedades. A menudo, la ética se convierte en una herramienta de control social. Así, aquellas que se desvían de la narrativa esperada o de los comportamientos aprobados se convierten en parias del movimiento. Es vital que el feminismo se aleje de la moralina y abrace la diversidad de experiencias. La lucha no es sólo de mujeres «buenas»; es, además, un espacio donde cada historia, cada falencia, cada conflicto e interacción humana tiene cabida.

Quizás lo más provocativo sea considerar que la lucha feminista podría florecer más si se reconociera la imperfección inherente a todos nosotros. En lugar de exigir moralidad, deberíamos abogar por autenticidad. Las feministas pueden —y deben— ser complejas; pueden tener actitudes cuestionables o hacer elecciones que no encajan con un ideal moral establecido. La autenticidad en la lucha es liberadora. La humanidad no se mide simplemente por la bondad, sino por la capacidad de hacer frente a la realidad, por imperfecta que esta sea.

Un elemento esencial de esta reflexión es la noción de que la lucha feminista debe ser inclusiva. No se trata de hacer un juicio sobre quién es «digno» de ser feminista basándose en una lista de cualidades morales. El feminismo debe abrir sus brazos para todas las voces: las sabias, las soberbias, las enojadas y las vulnerables. Porque la diversidad no es un obstáculo, sino un puente para que la voz del feminismo resuene en todos los rincones del mundo. Cada historia y cada perspectiva enriquecen la narrativa común, y fortalecen el movimiento al hacer que cada individuo sienta que tiene un lugar y una voz.

En conclusión, la pregunta inicial puede sonreír a la ironía de una conversación tan rica. Para ser feminista, no es necesario ser «buena persona» bajo ninguna definición normativa. Rechazamos el elitismo que busca definir quién merece luchar y quien no, y abrazamos el concepto de que cada feminista, independientemente de sus imperfecciones, trae una contribución valiosa a la lucha. La verdadera fuerza del feminismo radica en su capacidad para aceptar la multitud de vivencias y luchas, cada una con sus matices, y, por ende, convertirse en una fuerza transformadora en la búsqueda de la igualdad. Entonces, vamos, ¿estás listo para replantear lo que significa ser feminista? El tiempo de la excelencia moral ya pasó; ahora es hora de ser auténticos y reales.

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