Los Goya, esa gran gala donde la industria del cine español se reúne para celebrar sus triunfos y rendir homenaje a la creatividad y el arte, se han convertido en un escenario propicio para la reivindicación de muchas causas sociales, entre ellas el feminismo. Sin embargo, me atrevo a decir que hablar de feminismo en este contexto no sólo es innecesario, sino que, en muchos casos, resulta contraproducente. ¿Por qué? Permítanme desmenuzar esta cuestión con un argumento que a algunos les parecerá provocador, pero que considero fundamental para entender la verdadera lucha por la igualdad de géneros.
Primero, la gran esfera de los premios, esa pomposa alfombra roja, se asemeja más a un circo que a un espacio de diálogo profundo y significativo. Es un espectáculo diseñado para el brillo y el glamour, donde las palabras a menudo se convierten en meros ornamentos, vacías de contenido real. La iluminación brillante y los aplausos estruendosos ahogan los matices de cualquier discurso. Cuando los actores o actrices toman el micrófono para hablar de feminismo, lo hacen en un escenario donde la superficialidad puede eclipsar la profundidad de su mensaje. Suelo pensar que es como tratar de plantar un árbol en medio del desierto; las condiciones no son las adecuadas para que florezca verdaderamente lo que se quiere transmitir.
Además, existe un riesgo inherente a la caracterización del feminismo como un concepto que puede ser encajado en un discurso de gala. Su inclusión en eventos como los Goya les otorga una pátina de ligero esnobismo. El feminismo no debería ser una moda pasajera, un ‘check-in’ al bienestar social. Cuando se transforma en un hashtag o un discurso embellecido que se ofrece como parte de una pasarela, corre el peligro de perder su esencia. Ya no se trata de una revolución, sino de un accesorio más, como un elegante vestido que sólo se usa en ocasiones especiales. El verdadero feminismo es incómodo, provoca y no debería caber en un marco tan limitado.
Además, los Goya no son, ni deberían ser, el lugar donde se definen los contornos de una lucha tan vasta y compleja como la del feminismo. Intentar sintetizar la profundidad de esta lucha en unas pocas frases memorables es, en el mejor de los casos, una simplificación. En el peor, una traición. Muchas de las cuestiones feministas requieren una discusión compleja, matizada y, a menudo, difícil. Las violencias en el entorno laboral, la objetivación, la sexualización de la mujer en el arte, la representatividad y los roles de género son solo algunos de los ejes sobre los que se debería debatir con profundidad. No se solucionan con discursos bonitos en un escenario resplandeciente; se necesitan espacios donde la dialéctica pueda fluir sin las restricciones del tiempo o de la audiencia.
Uno de los puntos más emblemáticos a considerar es la cuestión del ‘performative activism’. Cada vez que se menciona la palabra ‘feminismo’ en una galardonada gala, ¿no es posible que estemos asistiendo a un espectáculo donde lo que cuenta es el acto en sí, más que el contenido? Los artistas declaman sobre la importancia de la igualdad, mientras lucen trajes de exclusivas marcas que, con frecuencia, están lejos de ser inocentes en cuanto a su impacto social. Así, el feminismo deja de ser una lucha por una sociedad más equitativa y se convierte en un truco de prestidigitación, donde el verdadero esfuerzo es sustituido por palabras altisonantes y gestos grandilocuentes.
Esto nos lleva a la cuestión de la apropiación del discurso feminista. ¿Quiénes son los que realmente hablan en las galas de premios? Las voces que promueven agendas feministas durante los Goya suelen ser predominantemente de mujeres blancas, privilegiadas que, aunque pueden tener buenas intenciones, rara vez representan a las luchadoras que vienen de contextos menos favorecidos. Este fenómeno ocasiona una distorsión en la narrativa del feminismo, haciéndolo sonar como una mera cuestión de ‘empoderamiento’ que no resuena con las mujeres que se enfrentan a la opresión en todos sus matices. En este sentido, es un feminismo que no sólo se aleja de sus raíces, sino que también se torna elitista.
Es inevitable que estas consideraciones nos lleven a preguntarnos: si el feminismo que se menciona en los Goya está purgado de su sustancia, ¿de qué valor tiene realmente? ¿Acaso no estaríamos mejor sirviendo a la causa en espacios donde las palabras no sean solo un accesorio, sino un vehículo de cambio real? En vez de truncar la lucha por un par de aplausos, deberíamos crear foros donde la voz de las mujeres y las minorías pueda resonar con sinceridad y sin filtros.
En conclusión, la inclusión del feminismo en este tipo de eventos se convierte en una especie de “feminismo de escaparate”, donde brilla lo superficial y se oculta lo serio. Desearía que los Goya se convirtieran en un puente robusto hacia el diálogo y la acción, no en un campo de batalla donde las historias de lucha se reduzcan a un grito fugaz en un escenario iluminado. La lucha por la igualdad debe ser un proceso continuo, un viaje que no se detiene en un flash, sino que se aferra a la transformación diaria y a la acción permanente. Hasta que eso no suceda, prefiero la quietud del silencio reflexivo ante la estridencia del espectáculo.