¿Por qué se llama feminismo y no igualitarismo? Una cuestión de justicia histórica

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En el vasto y a menudo convulso terreno del debate social, uno de los términos que se ha generado entre la multitud de ideas es el del «feminismo». Existen quienes abogan por el “igualitarismo” como un concepto más apropiado para la búsqueda de la equidad entre géneros. Pero, ¿realmente se puede equiparar el feminismo con el igualitarismo? Este es un interrogante que requiere desmenuzar la esencia de las luchas históricas y contemporáneas por los derechos de las mujeres y su cimentación cultural.

Primero, es crucial establecer una distinción clara entre estos dos términos. El igualitarismo sugiere una igualdad general entre todos los seres humanos, sin consideración del género, raza o clase social. Mientras que el feminismo, aunque también busca la igualdad, nace de una historia de desigualdades sistemáticas y opresivas dirigidas específicamente hacia las mujeres. Este enfoque particular no solo tiene en cuenta las diferencias biológicas y sociales, sino que aborda un legado de violencia, discriminación y desigualdad que ha persistido durante siglos.

El feminismo, por ende, se convierte en una respuesta necesaria y contextualizada a una realidad histórica. En este sentido, la nomenclatura no es simplemente una preferencia estilística. Es una elección deliberada que encapsula el tiempo, el sufrimiento y las luchas que han definido a las mujeres a lo largo de la historia. Usar el término «feminismo» no es un intento de generar exclusión, sino una forma de visibilizar un contexto que ha sido largamente ignorado. Al definirlo de esta manera, el movimiento busca dar voz a las que han sido silenciadas y a las que aún luchan en un mundo donde la brecha de género sigue existiendo.

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La justicia histórica es un concepto que juega un papel fundamental en esta discusión. A lo largo de los siglos, las mujeres han enfrentado formas de subordinación que van desde la exclusión del ámbito político hasta la opresión económica y social. Estas historias de injusticia no pueden ser borradas con un simple llamado a la igualdad. Ignorar el feminismo en favor del igualitarismo es, en esencia, una forma de deslegitimar las experiencias vividas por aquellas que han sido históricamente oprimidas. El feminismo se presenta como una plataforma para reivindicar esas historias, no sólo para sanar, sino para reescribir el futuro.

La noción de justicia histórica también se entrelaza con el reconocimiento de los privilegios acumulados en manos de los hombres. Mientras que el igualitarismo podría sugerir que ambos géneros tienen acceso equitativo a oportunidades, el feminismo sostiene que, debido a siglos de patriarcado, es necesario un enfoque que compense y restituya lo que ha sido arrebatado. No se trata simplemente de dar a todos lo mismo, sino de dar a cada uno lo que necesita para alcanzar una verdadera igualdad.

Asimismo, el feminismo no es un monolito. Dentro de este movimiento hay diversas corrientes que abordan desde la interseccionalidad hasta el feminismo radical. Cada una de estas ideologías aporta una perspectiva única que revela la multifacética naturaleza de la opresión. Algunas mujeres, por ejemplo, experimentan discriminación no solo por su género, sino también por su raza, clase social, orientación sexual y discapacidad. Este enfoque interseccional enfatiza que el feminismo debe ser inclusivo y que las luchas deben ser colectivas, pues solo así se podrá alcanzar una justicia verdadera.

El detrimento del término «igualitarismo» radica en su potencial para diluir estas diferencias y complexidades. Si la lucha se reduce a un llamado homogéneo hacia la igualdad, se pierde de vista la rica y variada historia de las luchas feministas. Un movimiento que abraza el feminismo en lugar del igualitarismo permite además cuestiones de género, cuerpo, deseo y poder que son fundamentales para comprender la dinámica social contemporánea.

La urgencia de la lucha feminista también se pone de manifiesto en la actual encrucijada global, donde la violencia de género, la brecha salarial y las crisis de salud reproductiva continúan afectando a millones de mujeres y niñas. A medida que emergen nuevos desafíos, el feminismo debe evolucionar. Sin embargo, esa evolución debe basarse en un reconocimiento de la historia y el legado del patriarcalismo, que todavía hoy, en muchas partes del mundo, rige las normas sociales y políticas.

En conclusión, llamar «feminismo» a este movimiento no es un simple capricho, sino una reivindicación de justicia histórica. Es una necesidad de reconocer y redressar un desequilibrio profundamente arraigado en las estructuras de poder. Al ignorar la complejidad y las especificidades de las luchas por los derechos de las mujeres en favor de un enfoque simplista de «igualdad», corremos el riesgo de relegar las voces de muchas a un eco distante. A través del feminismo, no solo se busca la equidad; se busca un modelo de justicia que es tanto emocional como socialmente enriquecedor. Solo a través de esta lente crítica podremos comprender verdaderamente los matices del sufrimiento humano y, a su vez, construir un futuro más justo y equitativo para todos.

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