La lucha feminista sigue siendo un tema candente en España, y no obstante los avances que se han logrado en las últimas décadas, las realidades que persisten exigen un análisis exhaustivo. La apología de la igualdad de género y los derechos de las mujeres no debería ser un tema relegado a la historia. Por el contrario, el feminismo debe ser considerado una ferviente respuesta a las numerosas desigualdades que aún afligen a la sociedad contemporánea.
Primero, es imperativo señalar que aunque hemos avanzado en la obtención de derechos fundamentales, como el derecho al voto y la lucha contra la violencia de género, esto no debería suponer un motivo para relajarse. De hecho, las cifras de violencia machista siguen siendo escalofriantes. En 2022, se registraron más de 40.000 denuncias por violencia de género, con un promedio de una mujer asesinada cada cinco días. ¿Acaso esta realidad no clama a gritos la necesidad urgente de continuar manifestándose y defendiendo nuestros derechos?
No se trata solo de estadísticas frías, sino de vidas destrozadas. La violencia no solo se manifiesta físicamente; también existe una violencia psicológica, una opresión que se asienta en la discriminación sistemática en el lugar de trabajo, donde las mujeres siguen siendo subrepresentadas en puestos de decisión y, a menudo, reciben salarios inferiores por el mismo trabajo que sus colegas masculinos. Esta disparidad salarial es un acto de injusticia que persiste en la economía española, sumiendo a muchas en una situación de vulnerabilidad económica que va en contra de la tan cacareada igualdad de oportunidades.
El feminismo en España se enfrenta a una pugna cotidiana, y las redes sociales han emergido como el campo de batalla por la igualdad. La cultura de la cancelación, los comentarios despectivos y la difamación se han convertido en herramientas en manos de quienes se oponen al avance feminista. Las feministas son atacadas, despojadas de su voz y, en ocasiones, incluso silenciadas. Este fenómeno no es meramente anecdótico; es un reflejo de una sociedad que aún se aferra a estructuras patriarcales ancestrales que consideran las voces femeninas como una amenaza a la hegemonía masculina.
Pero la resistencia no es solo una cuestión de defender los derechos de las mujeres en el presente; es también asegurar un futuro. La educación juega un papel esencial en este contexto. Las nuevas generaciones deben crecer en un entorno donde la igualdad de género sea la norma y no una utopía. Sin embargo, el currículum educativo en muchas instituciones aún perpetúa estereotipos de género. Desde la educación temprana, se debe abordar el tema de la igualdad de manera formal y combativa, para formar individuos que no solo toleren la diversidad, sino que la celebren y la aboguen.
Las mujeres en España están en pie de guerra, pero no solo por ellas mismas, sino por todos los géneros que sufren la opresión de un sistema desigual. La interseccionalidad juega un papel crucial. Las mujeres migrantes, las mujeres con discapacidad, las mujeres de diferentes orientaciones sexuales y las mujeres racializadas son a menudo el blanco de una doble o triple discriminación. Su voz debe ser incluida en la narrativa feminista; su lucha es igualmente vital para lograr un cambio auténtico y duradero.
El feminismo en España no busca crear un antagonismo entre hombres y mujeres; busca la equidad. Sin embargo, algunas voces en contra intentan desvirtuar este mensaje. Se argumenta que el feminismo ha ido demasiado lejos, que ha convertido a las mujeres en víctimas perpetuas. Pero, ¿es realmente la lucha por la igualdad un exceso? La subordinación que muchas mujeres enfrentan no puede ser negada, y silenciar este fenómeno solo perpetúa el ciclo de abuso y violencia. No se trata de enfrentarnos; se trata de avanzar hacia un contexto donde tanto mujeres como hombres pueden coexistir y prosperar en igualdad de condiciones.
La necesidad del feminismo en España es innegable; es un grito colectivo que se hace eco en las calles en forma de manifestaciones, en las redes sociales como comentarios incendiarios, y en los corazones de cada mujer que ha luchado por sus derechos y los de las generaciones venideras. Es un movimiento que no reconoce fronteras ni limitaciones. Es un ciclo de resistencia, un sinfín de instancias que claman por justicia e igualdad.
La lucha feminista debe mantenerse viva y activa, con la intención de crear un futuro donde la hija de hoy no sea objeto de las injusticias que aún enfrenta su madre. Los derechos no son un regalo; son una reclamación. Sigamos exigiendo y luchando, manifestándonos hasta que cada rincón de España esté impregnado por el aroma de la equidad. La batalla no ha terminado, y hasta que cada mujer pueda caminar sin miedo, el feminismo seguirá siendo más que necesario: será una urgencia ineludible.