Los años 70 fueron una época de efervescencia y transformación social a nivel global, y entre las corrientes más impactantes, el feminismo emergió con una fuerza arrebatadora. Este «boom» no fue un fenómeno aislado o circunstancial; fue el resultado de un complejo entramado de factores históricos, sociales y políticos que se entrelazaron para desafiar el status quo y reivindicar los derechos de las mujeres de manera contundente. La pregunta que se plantea es: ¿qué circunstancias permitieron que el feminismo floreciera con tal intensidad durante esta década?
En primer lugar, es fundamental considerar el contexto sociopolítico de la época. La década de los 60 había sido testigo de protestas masivas, movimientos por los derechos civiles, y una juventud rebelde que exigía cambios radicales. La Guerra de Vietnam provocó una respuesta contundente en la sociedad estadounidense, llevando a muchos a cuestionar la moralidad de su gobierno. Esta atmosfera de desafío y desobediencia civil crearía el caldo de cultivo perfecto para que las voces de las mujeres se alzaran: las mujeres no sólo se sintieron inspiradas por sus hermanos de protesta, sino que también comenzaron a cuestionar su propia opresión dentro de las estructuras patriarcales que dominaban todo aspecto de la vida.
Así, surge un fenómeno que muchos han denominado «segunda ola del feminismo». Este movimiento tomó fuerza en Estados Unidos y tuvo ramificaciones en Europa, caracterizándose por un enfoque más amplio que el feminismo de la primera ola, que se centraba principalmente en sufragio y derechos legales. La segunda ola exigió cambios radicales de perspectiva que abarcaron ámbitos tan diversos como el acceso a la educación, la sexualidad, la fuerza laboral y la lucha contra la violencia de género. Las mujeres se empezaron a organizar, formando redes de apoyo y activismo que trascendían fronteras geográficas, y así, se cultivó un sentido de solidaridad que resonó en distintos continentes.
Uno de los eventos más emblemáticos de este fenómeno fue la publicación de «La mística de la feminidad» de Betty Friedan, en 1963. Aunque el libro no se publicó técnicamente en los años 70, su influencia se sintió de manera contundente en la década siguiente. Friedan exploró la insatisfacción de las mujeres que parecían tener «todo» en el hogar que la sociedad les había dictado: maridos, hijos, y una casa limpia. Pero, en el fondo, se sentían vacías y anhelantes de una identidad propia. La obra de Friedan catalizó un debate que se venía gestando silenciosamente, convirtiéndose en un grito de guerra para muchas que buscaban romper con las cadenas de la conformidad. Esto fue solo el principio.
Por otra parte, cabe subrayar la irrupción de movimientos sociales aliados, como el movimiento por los derechos civiles y los movimientos de liberación gay, que brindaron a las mujeres una perspectiva de interseccionalidad. Este enfoque no solo denunciaba la opresión patriarcal, sino que también examinaba cómo se cruzaban la raza, la clase y la identidad de género en la experiencia de la opresión. Es crucial entender que el feminismo de los años 70 no era monolítico; había una diversidad de voces y experiencias que enriquecieron el discurso y ayudaron a forjar nuevas alianzas. Las mujeres comenzaron a darse cuenta de que su lucha no estaba aislada y que la liberación de cualquier grupo oprimido estaba intrínsecamente ligada a la liberación de todos.
La práctica del «consciousness raising» también se convirtió en un pilar fundamental de estos movimientos. En los «círculos de conciencia», las mujeres compartían sus historias personales y experiencias de opresión, validando el dolor y sufrimiento de unas a otras. Este proceso no solo servía para construir una comunidad de apoyo, sino que también llevaba a la revelación colectiva de que lo personal es político, un concepto que se volvería central en la teoría feminista. Al sincerarse sobre sus vivencias, las mujeres empezaron a entender que las injusticias que enfrentaban no eran meras circunstancias individuales, sino realidades sistemáticas que debían ser desafiadas.
Entrando en los aspectos más radicales del feminismo, es imposible pasar por alto la revolución sexual que se gestaba simultáneamente. La disponibilidad de anticonceptivos y la liberalización de las normas sexuales comenzaron a cambiar la vida de las mujeres de manera palpable. La sexualidad femenina, que había sido reprimida durante siglos, comenzó a ser explorada y reivindicada. Movimientos como el de «Free Love» cuestionaron abiertamente la noción tradicional del matrimonio y la propiedad, argumentando que las relaciones se basan en el amor y no en la necesidad de estructuración patriarcal. Este cambio en la perspectiva sexual era liberador, empoderando a las mujeres a reclamar su propio cuerpo y deseo, algo que la cultura conservadora había demonizado durante tanto tiempo.
Sin embargo, el feminismo de los años 70 no estuvo exento de críticas. Muchas voces dentro del movimiento señalaron que, a menudo, el feminismo predominante priorizaba las experiencias de las mujeres blancas de clase media, dejando atrás a mujeres de color, indígenas y trabajadoras que enfrentaban múltiples niveles de opresión. Esta crítica abrió un debate importante que la tercera ola del feminismo buscaría abordar. Así, aunque el movimiento hizo avances significativos, también sembró la semilla para cuestionamientos futuros sobre quiénes eran realmente sus beneficiarias y qué significaba la «liberación» en un sentido más amplio.
Para concluir, el fenómeno del feminismo en los años 70 no se puede entender como un simple capítulo de la historia, sino como una convergencia de luchas, una ruptura de moldes que aún resuena en el presente. La explosión de conciencia y el llamado a la acción durante esta época transformaron el paisaje social, político y cultural. Con un enfoque interseccional y un fuerte sentido de comunidad, se sentaron las bases para los movimientos contemporáneos. La lucha feminista, lejos de ser un eco del pasado, sigue desafiando y reinventándose, recordándonos que el camino hacia la igualdad es un viaje interminable, que requiere valentía, solidaridad y, sobre todo, un compromiso ardente por transformar la realidad.